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Mostrando entradas de 2014

Cartas

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Papá compró un mazo de cartas, venían empacadas en una preciosa caja de cartón. Encontré el mazo de cartas sobre el librero, víctima de la curiosidad las tomé. En la escuela —durante el receso—, saqué las cartas para mostrarlas a Tere y Azu. Traté de enseñarles a jugar burro castigado, pero las dos son unas cabezas huecas. Azu hizo un truco de magia, pidió que escogiera una carta, lo hice: cuatro de copas. Revolvió mi carta con el resto: —Sopla. Soplé y miré incrédula los pases mágicos que hacía con los dedos. Me devolvió las cartas y las revisé; ¡mi carta había desaparecido! No tenía idea de cómo lo había hecho. —¡Es magia titina! —dijo con su risita burlona. Exigí la devolución de la carta, dijo que no sabía hacer el truco a la inversa, se encogió de hombros y se marchó. Lloré hasta que terminó el receso, mientras Tere trataba de consolarme. En casa, aguardaba el regreso de papá. Mamá me llamó para bajar a saludarlo cuando regresó de la oficina; había pensado una histo

Náufrago

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Sabía que moriría, su cuerpo se hundió en el fondo del mar y el ahogado comenzó a extrañar el sol, las mujeres y el vino estival. Sergio F. S. Sixtos

Balas

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Amadís el Pelirrojo era considerado el mejor gatillero de Pablo Escobar durante la década de los ochenta. Era memorable observarlo en su motoneta circular por las calles de Medellín y como un ave de presa dirigirse a la víctima indicada y ¡pam! Una bala en medio de los ojos. Los curiosos describían excitados la precisión de la bala, el cadáver con la expresión de azoro congelada en el rostro y el hilito de sangre brotando entre los ojos. La puntería de Amadís el Pelirrojo era legendaria. Acaparó el mercado de los sicarios y al mismo tiempo lo devaluó, llegó a matar por el precio de una botella de ron. Amadís era el favorito del patrón: fiscales, políticos, rivales en el negocio, todos pasaron por su pistola M15. En esos días publicaron un artículo en El Colombiano, sobre la precisión matemática en los disparos del joven sicario (el periodista conocía la identidad de Amadís, pero no la revelaba por miedo a represalias). Amadís gozaba de la fama y el terror que inspiraba. En ese enton

En el claro de la luna

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Un rayo de luz se coló por la ventana. La niña despertó sobresaltada, había tenido una pesadilla, una visión fantasmagórica. La niña se arropó en la cama y cerró los ojos, contó borregos, más no volvió a conciliar el sueño. Un ruido en el patio la alertó. El claro de la luna iluminaba una figura menuda y desnuda; que se mecía en el columpio. La piel de la criatura era traslúcida al fulgor de la luna. La niña se cubrió con la bata y calzó las pantuflas. Salió de la recámara y se dirigió al patio. Llegó de puntillas al columpio y la raquítica figura la miró por un largo rato. —Tengo miedo de ti —dijo la niña. —¿Por qué habrías de temer? —preguntó el demonio necrófago sonriendo. Sergio F. S. Sixtos Arte de Hornedquad.

Día de pesca

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       La playa marciana era barrida por campos magnéticos de olas de herrumbre y sal; al ocaso los peces metálicos comían insectos mecánicos. Las turbulencias magnéticas se estremecían ante los embates de los peces en pos de las presas y una niña marciana en la orilla, miraba emocionada la lucha marina. Era el primer día de pesca de Az-U y llevaba consigo una rudimentaria caña de pescar —un regalo de papá—, equipada con un sedal de luz. Lanzó lejos al primer intento la carnada y atrajo a los peces por vibraciones de baja frecuencia, un enorme pez de cristal se tragó de un bocado la carnada y con un chispazo el sedal se encogió y arrojó al enorme pez de cristal contra Az-U; el impacto la derribó y el pez de cristal se hizo pedazos. Az-U miró cada uno de los fragmentos del pez esparcidos a su alrededor y comenzó a llorar. Una voz la llamó, era papá, se enjuagó las lágrimas y recogió todos los aparejos de pesca, dio un último vistazo a los fragmentos del pez y corrió siguiendo el sonid

Hambre

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Comenzó a devorar los dedos, brazos y piernas. Masticó con deleite su propio rostro y al final los dientes provocaron un problema. Sergio F. S. Sixtos Arte de Francis Bacon.

Enseres

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    El microondas golpeaba al tostador y la licuadora intervino en la pelea —sentí miedo y salí corriendo de la cocina—, en la sala la lámpara de pie arremetía contra el tocadiscos que en ese instante reproducía un disco de jazz; entonces la pianola —cual rinoceronte enfurecido— se abalanzó sobre mí, la esquivé de milagro y se estrelló contra el ventanal cayendo hacía la calle. Es todo lo que tengo que decir, señor Juez. Sergio F. S. Sixtos

Kafka inédito

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En un sótano húmedo buscó el manuscrito perdido de Franz Kafka; lo encontró en un armario oculto dentro de una caja de zapatos. Leyó con expectación las doscientas hojas emborronadas, concluyó la lectura después de cuatro horas con un dejo de placer. Decidió quemar el libro, atendiendo la última voluntad del escritor. Sergio F. S. Sixtos

IV Certamen de Relatos Breves "Las Alcublas".

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 Relato publicado en el libro IV Certamen de Relatos Breves "Las Alcublas". Arte de Rosa Roselló Garrigó.

Asolador

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El engendro cósmico comenzó a devorar la estrella, saboreó cada bocado de plasma incandescente. Los nativos del planeta miraban alucinados, mientras el frío indicaba el inicio del último anochecer. Sergio F. S. Sixtos Arte de Richard Luong.

Desavenencia

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El robot humanoide se enamoró de una mujer de carne y hueso. El romance fue tórrido y breve. Ella lo abandonó a causa de una disfunción en su reactor de fusión nuclear de bolsillo. Sergio F. S. Sixtos Arte de Rudy Jan Faber.

Precipitado

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La voz dentro de mi cabeza no me deja en paz. Murmura cosas malas, me incita a la crueldad. No lo soporto más, subo al puente peatonal y me arrojo al vacío. Mi cabeza se destroza contra el pavimento. La voz se ríe de mí. Sergio F. S. Sixtos Arte de Javier Velasco.

Regio

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En la corte de los percebes, gobiernan dos reyezuelos (gemelos); hombres letrados los educan en filosofía y arte. Ingenieros espaciales, los adiestran en las leyes del éter y los principios de los mecanismos de movimiento perpetuo. Los reyezuelos regentan con tesón, imparten justicia y hacen prosperar al reino. Un día, uno de ellos enloquece y cegado por la sinrazón apuñala a su hermano. Las leyes son claras, el regicidio se castiga con la muerte. El monarca chalado da un golpe de estado y se depone él mismo. Ya no es el soberano, ahora es sólo un mercenario al servicio de oscuros propósitos. La anarquía domina el feudo. Una señal divina muestra el camino de la redención al pueblo: entre pompas y fanfarreas los súbditos coronan a su adorado rey loco. Sergio F. S. Sixtos Arte: Michael Hussar.

Prodigio

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Cthulhu el que es nombrado y temido se desplaza etéreo por el paisaje, la presencia divina hace que los humanos se postren a su paso. Sólo vivimos para adorarlo y cumplir los deseos de nuestro amo. Cthulhu el infinito, el dador de vida y de muerte extiende su visión ufano en el valle de las cosechas (hombres y mujeres esclavos) listos para alimentarlo. Es un honor el día de hoy, entregar a mi hijo para que sea devorado… Sergio F. S. Sixtos Arte de Zaidoigres  http://zaidoigres.deviantart.com/gallery/

Un-cuento-más

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Arte por cortesía de Breve.cc

Presentimiento

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El detective no encontró pistas en torno al cadáver. Cada uno de los sospechosos tenía una coartada perfecta; entonces el detective observó con atención al lector y comenzó a desconfiar. Sergio F. S. Sixtos

El desafío

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La mañana se asomó por la ventana. Perezosa, me negué a abrir los ojos. Cubrí mi rostro con las sábanas y me concentré en continuar mi apacible sueño, era un sueño lindo: podía volar, surcaba el aire y las gaviotas graznaban celosas. Las dejaba atrás, muy atrás; comparada con ellas, yo era un avión supersónico. El avión a reacción en que me había convertido, atravesó una nube cargada de agua de lluvia. Un ruido atronador inundó el ambiente. Desperté sobresaltada. Nubarrones de tormenta oscurecían la mañana. —¡Azu levántate ya! —era Dana llamándome desde el patio. La saludé desde la ventana y ella me hizo un gesto de impaciencia. Arrojé el pijama, y vestí camisa y falda, para lucir mis nuevas zapatillas deportivas. Dana y yo acordamos saltar la cuerda desde ayer, teníamos una competencia y yo iba primera, con 30 saltos sin fallar. Dana no se quería quedar atrás, sólo había que mirar su tremenda concentración, estaba decidida a vencerme. Dana decidió comenzar, la cuerda zumb

Cosas de palabras

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Las palabras: giran, danzan, se empujan y revolotean entre ellas. Algunas chillan, maldicen y en un instante se borran. Otras se conocen y reconocen, y poco a poco se amalgaman y crean una historia. Sergio F. S. Sixtos

Nadie mira

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Un cuento zombie se coló en un cuento policíaco. En un breve instante: el detective, el sospechoso y la víctima ya comían cerebros. Sergio F. S. Sixtos

Guirindán, guirindán, guirindán

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La mofeta negra llegó al Palacio de las blanquísimas mofetas la noche de carnaval. La música paró, las mofetas blancas la observaron curiosas. La nobleza se reunió con la reina y deliberó: “No se permitirá a una vulgar mofeta azabache degenerar nuestra hermosa blancura.” La mofeta sastre diseñó y cortó para Su Majestad Imperial, un hermoso abrigo negro y terso. Sergio F. S. Sixtos

El oficio de escritor

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Ensambló cada una de las piezas (perfectamente engrasadas) de la carabina M1, las manos se deslizaban hábiles, cual arañas. El humo del tabaco rubio hacía que William S. Burroughs entornara los ojos. Colocó el rifle sobre la mesa y acarició la culata distraído. Un ruido siseante captó la atención del autor, la adrenalina le recorrió el cuerpo; despacio, muy despacio tomó el arma. Se volvió con la rapidez de un gato y disparó en tres ocasiones. El virus palabra explotó como un globo, lanzando letras y erratas al rostro del escritor. Sergio F. S. Sixtos

La cita

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Sábado por la tarde, María tiene prisa: revisa el bolso una vez más, se mira en el espejo, se alisa el cabello, revisa el carmín de sus labios. Arturo la espera en el café de siempre, por tercera vez ha llamado por teléfono, impaciente. María gira sobre sí misma. Toma la cartera: hay suficiente efectivo, agarra las llaves, unas gotas extras de Flowerbomb . La luz del atardecer se cuela por la ventana, dibuja rectángulos de luz sobre las baldosas; María las atraviesa y cae por ellas, se precipita en caída libre hacia el infinito. Arturo mira el reloj: ha transcurrido una hora desde la última llamada; paga la cuenta y se marcha del café: maldice en voz alta. Sergio F. S. Sixtos

Decisiones

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Respiró profundo, se caló el sombrero y salió decidida a conquistar el día. Los vientos alisios provenientes del sur la hicieron dudar. Sus pasos perdieron vigor, relajó los hombros y miró hacia el piso; el sombrero cayó al suelo. Dio media vuelta y regresó al hogar. Sergio F. S. Sixtos

Revelación

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El último jefe SS abrió la boca y una bala le atravesó el cerebro. Abrió los ojos y un demonio sonriente, le mostró el infierno. Sergio F. S. Sixtos

Acto de amor

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Lo besó suave, despacio… sólo un dejo de amargura se coló por su corazón. Hizo a un lado al maniquí y siguió limpiando el aparador. Sergio F. S. Sixtos

Día de caza

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 El cazador de cabezas blandió la espada y la cabeza rodó por el suelo. La tomó por el cabello y la levantó curioso. Observó —como siempre lo hacía— la luz que escapaba por los ojos; el rictus de sorpresa, congelado para siempre en el rostro. La sed de sangre lo movía, sentía la energía desbocada recorrer todo el cuerpo, los músculos tensos y poderosos. Un hombre corrió hacia el bosque. El cazador de cabezas respiró profundo. Fue una presa fácil, sólo alcanzó a correr unas cuantas varas. El cazador de cabezas corría distancias imposibles de alcanzar por hombres comunes. Estaba entrenado para afrontar cada uno de los retos que la presa podría brindar. Abrió el morral y arrojó la cabeza junto a las otras seis. Limpió la espada de acero —templada en sangre de esclavos—, en el torso de la presa, que aún se convulsionaba por la agonía de la muerte. Alzó la vista al cielo y agradeció a los dioses por los trofeos obtenidos. Montó su corcel y miró hacia atrás, la aldea de leñadores ardía y ot

Cinco pesos de golosinas

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Había comprado cinco pesos de golosinas. De camino a casa y con una sonrisa en su rostro. ¡Cinco pesos! Una flamante moneda, era el pago por el día de trabajo. No era una tarea fácil cortar el césped. Hundir las rodillas en la hierba húmeda. Cortar de diestra a siniestra. La mañana fresca había salpicado con gotas de roció una telaraña tejida entre los arbustos. Miró con curiosidad buscando a su inquilina: se asomó bajo una hoja una araña amarilla salpicada de motas rojas. Dientes de león volaban como las hadas de los cuentos. Los pajarillos trinaban insolentes ocultos entre el follaje de los árboles. La hierba la guardó en un viejo costal de yute. El jardín era un lugar mágico y ella lo sabía.  Llevaba bastones de caramelo, chocolates crocantes envueltos en verdes papelillos, fruta confitada y nueces enchiladas. Todo lo que se podía obtener con cinco pesos. Camino a casa se encontró con una vieja marchita acompañada de un niño cubierto de mugre y mocos. Solicitaban limosna a lo