El haiku
Una tarde, nos reunimos Ulises
Luna, Pepe Daconte y yo en el Café Ik de la calle Independencia. El aroma a
café tostado y el chocar de tazas de las mesas vecinas, incitaron a Daconte a
contar una de sus historias de detectives —tenía dos años retirado y aún no lo
abandonaba la nostalgia—, sin dejar de garabatear en su libreta
caricaturas de las personas que ocupaban
las mesas aledañas dijo:
—Voy a contarles algo que sucedió
hace años, llega la idea, ya que no puedo quitar la vista de la portada del
libro que lee la joven a la que estoy retratando.
Miré el dibujo, no era malo, pero
a veces Daconte exageraba con sus pretensiones artísticas. El libro de la joven
era una antología de haikus clásicos japoneses: Issa, Buson, Shiki y otros.
—El 26 de septiembre de hace
cuatro años —comenzó Daconte—, recibí una llamada urgente de mi jefe, habían
asesinado en su departamento a la prestigiosa poetisa Xóchitl Guadarrama, tal
vez recuerden el caso, la prensa amarillista hizo un escándalo del homicidio.
—Lo recuerdo, se descubrió que
fue un crimen pasional más no tenía idea de que estuviste involucrado en el
caso —dijo Ulises Luna.
—Las consecuencias del crimen me
tienen sin cuidado —dijo Daconte haciendo una mueca de desdén—, lo interesante,
es que se cumple aquel viejo refrán: "genio y figura hasta la
sepultura". Aquella mujer: escribió libros de poemas, acaparó premios
literarios y vivió la poesía hasta el final de su vida. No soy una autoridad en
el tema ni mucho menos, pero sé distinguir entre el trabajo de un aficionado y
un profesional en casi todos los campos útiles para mi actividad. —Daconte
haciendo gala de su terrible modestia,
hizo una pausa teatral mientras cerraba su libreta de apuntes y apuraba
su café con leche, pidió uno más a la camarera y prosiguió:
—Me dirigí al conjunto urbano
Nonoalco Tlatelolco, al departamento 576 del edificio Cuauhtémoc. Los policías
de a pie con los que me encontré estaban desconcertados por la evidencia
encontrada o mejor dicho por la falta de evidencia; la poetisa había sido
apuñalada y no había rastro de lucha en el departamento, ni arma homicida. La
única pista palpable era un pequeño poema escrito, con la propia sangre de la
víctima, a un lado del cadáver. Todo hacía suponer que la poetisa había escrito
esos versos, quizá como testamento literario. Algunos de mis compañeros lo
pensaron así. Soy escéptico en todos los campos por naturaleza y rechacé la
idea desde un principio, aunque la letra era errática y temblorosa había algo
que no cuadraba. En la biblioteca de la poetisa, como es de suponer, estaban
sus obras completas; revisé cada uno de los libros y leí los poemas; eran
cantos al amor, la esperanza y a la
vida. No estaba presente la métrica que desde pequeño me enseñaron en la
escuela, todo el trabajo de la poetisa era prosa poética.
—¿Había una diferencia con lo
escrito en el piso? —pregunté tratando de recordar alguno de los poemas que
sabía de memoria.
—Sí, era un haiku, ya saben:
pequeños poemas compuestos de tres versos que describen la naturaleza —contestó Daconte señalando el
libro de la joven.
—Es extraño que una poetisa que
escribió prosa poética toda su vida decidiera escribir un haiku en sus últimas
horas —dijo Ulises Luna mirando el libro de la joven.
—Lo mismo pensé, leí con atención
el haiku y dirigí a los policías de a pie a detener al asesino —dijo Daconte
con satisfacción.
—Espera, espera. ¿Quieres decir
que estaba escrito en el haiku la identidad del asesino? —pregunté incrédulo.
—Claro que no, la vida no es tan
simple amigo mío; quiero decir que el asesino quería que lo descubriera y dejó
todo a mi disposición —contestó Daconte con una sonrisa burlona.
Miré ofendido a Daconte, mientras
éste ordenaba su tercer café con leche.
Daconte prosiguió sin darse por
aludido:
—El haiku era de lo más vulgar y
decía:
Observa
el cuerpo
fue
próxima la muerte
sigue
los versos.
—No entiendo —tuve que admitir.
—Está claro —apuntó Daconte
sonriendo.
—Tampoco entiendo —secundó Ulises
Luna frunciendo el ceño.
—El haiku amigos, es un poema
breve, una reflexión poética de la naturaleza o la vida cotidiana y sólo lo
estructuran tres versos; para llamarse
haiku, se necesita que el primer verso sea de cinco sílabas, el segundo de
siete y el tercero verso de cinco sílabas. 575; el número del departamento del
homicida, era el vecino, el amante despechado. Encontramos el arma homicida y
al sospechoso que aún no se deshacía de la evidencia. —Daconte terminó su
tercer café con leche y ordenó la cuenta.
Ilustración: Alejandra Gamez
Sergio F. S. Sixtos
Excelente, me gustó mucho Sergio, el vecino se la puso fácil al perspicaz Daconte eh!!
ResponderEliminarLo bueno que tenía conocimientos de haikus, de lo contrario ni idea ese Daconte. :)
ResponderEliminarDaconte dotado de una gran agudeza da solución al caso, sería una pena ya que has creado al personaje no darle más vida. El relato es muy bueno, gracias por compartirlo. Un abrazo y feliz día de Reyes.
ResponderEliminarHola Laura, gracias por la visita. Tengo en el horno otra tertulia de Daconte y amigos; abrazos y que los Reyes Magos cumplan todos tus deseos.
Eliminar¡Muy bueno!
ResponderEliminarNélida, gracias, te deseo un año colmado de éxitos.
EliminarIngenioso y buen diálogo. Me gustó mucho. Un saludo.
ResponderEliminarRicardo gracias por la visita, abrazos.
EliminarJuntar palabras es fácil, hacerlas sentir, como tú, hacen nacer la historia, el relato, la vida en papel. Saludos.
ResponderEliminarHola Nel, tu comentario estimula a seguir inventando locuras, abrazos.
EliminarMe gustan los breves haikus.tengo muchos escritos. Es lo que me ha animado a leer el relato. Me encantó. Saludos.
ResponderEliminarHola Virtudes, gracias por la visita, el relato es un humilde homenaje al haiku y a los escritores de haikus.
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